Desde niña... Capítulo 1
Capítulo 1
El sol pegaba fuerte en sus pequeños hombros. Mejillas rosadas, unos ojos verdes brillantes y una sonrisa impecablemente inocente, pintaban su cara con maravillada admiración mientras observaba el cielo, acostada en el césped.
· ¡Wow! – decía en voz alta cada cierto tiempo. - ¡wow!...
Cerca de la copa del árbol más grande veía un ave volando en círculos. Prestaba atención especial a sus movimientos, mientras recordaba todo lo que su abuelo le contaba sobre las aves. Habían pasado minutos, horas quizás, mientras contemplaba a lo que ahora reconocía como un águila.
· ¡Wow! – decía de nuevo con ensoñación.
De pronto, el águila desapareció de su vista, se incorporó para buscarla y la vio volando en picada hasta desaparecer tras unos arbustos que inmediatamente hacían golpeados movimientos cómo si detrás se desarrollara una batalla épica. Su pequeño corazón latía de prisa asustado pero, era una niña muy valiente y, sin darse cuenta, ya caminaba al lugar y entre las hojas secas podía ver algo tan pequeño e indefenso, así como ella, en tan inmenso bosque. El ratón saltó en su dirección y en un rápido movimiento lo capturó entre sus manos. Detrás del arbusto seguía la batalla, Margaret se sentía cómplice del roedor al ver cómo instantes después el águila volaba de regreso al cielo.
· De la que te has salvado. – decía cariñosamente. – Es muy difícil que un águila pierda a su presa. Tuviste mucha suerte. – El roedor se escondía entre sus manos, el pobre moría de miedo.
Fue considerada un milagro, ya que clínicamente Hortensia había sido declarada infértil. La pareja de recién casados creía que ya no había esperanzas para formar una familia. Pero un día, por sorpresa, se enteraron de que muy pronto tendrían una niña. La llamaron Margaret. La pequeñita creció sana, sensible y dulce. Con cada rayito de sol parecía ponerse más bonita, inteligente e inquieta. Margaret se convirtió en una lectora precoz. Leía solita desde la edad de 4 años y era capaz de hacer sumas y restas desde los 3. Solía ser tan responsable que tenía la capacidad y la confianza suficiente de sus padres como para poder cuidar de su hermano dos años menor: Bartolomeo.
Tal vez los motivos de Margaret para huir de casa todas las tardes, era incomprendido. Ella temía de estar en el mismo techo que sus padres y escuchar de nuevo esos terribles gritos. Su padre y madre estaban en plena separación y a pesar del miedo, ella podía comprender que se hacían más daño estando juntos. “Son cosas de grandes” decía su padre encerrándola en su habitación. Escapar era una mejor idea. Buscar la paz entre los árboles, en el río y los animales del bosque, era para ella como haber encontrado una segunda familia. Tal vez, sólo tal vez, algún día compartiría con alguien su bello secreto.
Dos semanas después, ocurrió el divorcio de sus padres. No tuvo mejor idea que refugiarse en su santuario natural junto a su nuevo pequeño amigo. A pesar de que lo que tenía frente a sus ojos era un panorama maravilloso, ella no ponía mucha atención. Sentada bajo un nogal hacia dibujos con una ramita sobre la polvareda del suelo.
Todo a su alrededor se convirtió en algo irrelevante, no por falta de amor, sino por la tristeza que sentía en esos momentos, todo había sido un proceso difícil. Ese día estaba sentada bajo la sombra de su nogal, sólo algunos haces de luz tocaban su cara. De pronto, algo le llamo la atención.
Una niña de alrededor de 5 o 6 años separaba las ramas de aquel arbusto en el cual, días antes, había ocurrido un hecho interesante para Margaret. La niñita buscaba como una loca, dañaba las ramas del arbusto y a la vez sollozaba. Margaret considero correcto tener que intervenir
· Oye, oye…. Disculpa, ¿Sucede algo?, ¿Qué tienes?
La pequeña extraña limpio sus lágrimas con la manga de su blusa y respondió:
· No importa lo que haya sucedido, sé que no podrás ayudarme. Ya es tarde.
· Mi mama dice que nunca es tarde para solucionar un problema.
Maggie, a pesar de que la otra niña se sentía muy afligida, le hablaba siempre ofreciéndole una linda sonrisa. Una sonrisa que mostraba algunos dientitos de leche medio flojos y algunos recién salidos.
· ¡Anda, dime! – Siguió insistiendo.
· Bien… hace unos días, mis papis y yo vinimos a un picnic por aquí cerca, éramos nosotros tres y mi hámster. Mi mami me dijo que no lo trajera ¡y es que yo lo traje de todos modos! – Nuevamente, la pequeña soltaba el llanto y Maggie prestaba atención al asunto.
· Y... ¿bien? ¿cuál es el problema?
· Mi hámster huyó de mis manitas. Jamás volveré a encontrarlo, es inútil buscar...
Una chispa de alegría brillaba en la inocente carita de Margaret. Busco en su carterita.
· ¿Es él tu amigo?
Parecía un milagro. El mismo ratoncito que había ido a parar a las manos de Margaret huyendo de un águila era el mismo que esa pequeña buscaba, estaba totalmente segura y entonces pensó esa frase de grandes que no entendía y era “que pequeño es el mundo”, ella encontraba ello ilógico, pues el mundo era enorme, ahora sabía que no era así.
Margaret había adoptado al pequeño ratoncillo y vivía en una cajita bajo su cama. Ya que no tenía el permiso de sus padres para tener uno. Lo había cuidado y dado de comer en secreto.
· Vaya es él… ¡es Charlie!
La niñita reía, abrazaba a su mascotita, le hacía caricias detrás de la orejitas, en la nariz... Maggie solo sonreía a la situación. Estaba contenta sólo por hacer feliz a alguien más.
· ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo? ¿Quién eres? ¿Un hada mágica? ¿Cómo sabias que era él?
· No lo sé... Yo solo lo encontré y lo conserve. Es realmente muy lindo...Mis padres no me dejan tener uno...
· ¿Y cómo lo encontraste?
· ¡Ven, sígueme!, te enseñare donde.
Esa tarde Maggie había hecho una nueva amiga. Le explicó con todo detalle como encontró al pequeño Charlie, jugaron toda la tarde, miraron a los animalitos, cortaron flores y, cuando la luz radiante del sol comenzaba de a poco a apagarse, descansaron en una banca en un parque en el centro de la ciudad.
· Hoy papa tuvo que irse de casa. – confesaba Margaret a su nueva amiguita
· ¿De veras? vaya… Debe ser muy triste para ti...
· Si...lo es... Pero ¿sabes algo? … No llore. – decía con aire orgulloso.
· Eres muy valiente.
· Gracias. - ambas se ofrecían sonrisas.
· Oye debo volver a casa... – decía la pequeña anónima.
· Bien… supongo que yo igual... ¿Volveremos a jugar?
· Espero que sí. Mañana no, debo ir a la escuela. ¿Tú vas?
· ¿A dónde?
· ¡A la escuela, tontita!
· ¡Ah!.... ¡Sí… pues claro! – ambas reían.
Sus carcajadas cargadas de frescura e inocencia se iban junto con los últimos rayos de sol del día.
Pasó el tiempo y las tardes de primavera junto a su amiguita eran mágicas para Margaret. Todo el día estaban ambas pequeñas sentadas bajo aquel nogal, llenas de inocencia. Todo el tiempo coloreaban dibujos o intercambiaban stickers eran momentos que difícilmente volverían a revivir en toda la vida.
· Esta no me gusta mucho…. ¿La quieres?
· ¡Seguro! – festejó Margaret tomando la estampita que su amiga le ofrecía.
Pegaban los recortes de revistas en un cuaderno.
· Tengo otro cuaderno en el que pego otro tipo de figuritas y fotos.
· ¿Puedo verlo? – preguntó Maggie curiosa.
· Sí… puedes. – sacó de su mochilita un cuaderno un poco desprolijo. Eran algunos recortes de fotos de casas, animales domésticos, niños...
· Pero no son dibujitos. Son fotos de cosas reales. – señalo Margaret
· Lo sé, pero mira, son las cosas que algún día me gustaría cumplir. – siguió pasando las hojas y había un recorte de una casa llena de flores y muy colorida.
· Qué lindo seria tener algo así... – suspiró la pequeña.
· ¿Así como ésta casa?
· Si, Margaret, pero... con alguien más… No quisiera vivir sola, me asusta la oscuridad.
· A mí no – dijo Maggie orgullosa.
· Entonces vivamos juntas. – sonrió la pequeña.
· Me encantaría.
~°~ Maggie le enseñaba las letras a su hermanito. Éste miraba con atención a las cartas.
· A, B, C, E, F... ¿Qué sigue? – el pequeño de 5 años pensaba.
· ¿J?
· No, no... – corregía con paciencia la pequeña maestra - ¡G!
· G... – repetía Bartolomeo tratando de memorizar.
· Eso es y que no se te olvide… - Maggie miró el reloj en la pared. -- Más tarde seguimos, debo irme.
Se dirigía hacia donde todas las tardes. Se sentó bajo el nogal.
· ¡Diablos! ¿Dónde se habra metido esa niña?
Ya se hacía tarde y su amiguita no llegaba. Maggie comenzaba a preocuparse. La niña no llego ese día, ni los días siguientes. Maggie no salía de su tristeza.
Cuando le conto el problema a su papa, este lo encaro con toda seriedad.
· ¿Y cómo se llama la niña?
· No lo sé... – respondía sin levantar la vista
· ¡¿Y cómo se supone que la vamos a encontrar si no sabes cómo se llama m'ija?!
· No lo sé... – el padre pensó un poco.
· ¿Y su apellido?... Supongo que si no sabes su nombre, entonces tampoco su apellido.
· ¡Ese si lo sé!... es Andorinho Da Ponte.
· ¡Caramba m'ija! ¿Cómo no sabes su nombre pero si su apellido?
· Ella me lo dijo una vez, y desde entonces no lo olvide. Me gusta memorizar cosas difíciles, y vaya que su apellido sí lo es.
· Bien, hare lo que pueda entonces cariño.
Esperó a que su hija estuviera bien dormida para comenzar a usar la guía telefónica de ayuda. Había hablado con más de 8 familias y no había dado con ninguna que fuese un matrimonio con una hija única de 5 años. Hizo la que consideraba la última llamada.
· ¿Diga? – respondió una voz femenina del otro lado del teléfono.
· Buenas noches… ¿Tengo el gusto de hablar con la familia Andorinho Da Ponte?
· Somos Da Ponte aquí, creo que usted busca a la familia de mi hermano.
· De seguro. ¿Su hermano tiene una familia compuesta por una esposa y una niña de 5 años?
· Sí, mi cuñada y mi sobrina.
· ¿Ellos aún viven en el pueblo?
· No señor, lo siento. Ellos se mudaron a Rio de Janeiro, su ciudad de origen, por motivos de trabajo
· De acuerdo. Muchas gracias y disculpe las molestias.
· Tenga buenas noches.
Fue difícil comunicárselo a su hija. Pero con todo cariño lo hizo. Maggie supo comprender, era muy madura y autosuficiente.
· ¿Y eso está muy lejos papi?
· Si querida.
No había tarde en la que Maggie se fuera a pensar bajo el nogal. A pesar de la distancia ella observaba a ver si la veía llegar con su mochilita y su caja de lápices de cera. Ella demostró madurez y comprensión, pero en sus momentos consigo misma, lloraba.
· Ya nunca volverá a ser igual…
Volvió a su antigua vida de "observadora". Anotaba el comportamiento de los animales y los dibujaba en un cuaderno. Los días pasaban hasta que llego el día en el que entraría en sus 8 años.
· Pide un deseo antes de soplar tus velitas hija. – le recordó su mama.
Miro a todos los amiguitos que habían invitado a su fiestita.
“Deseo a mi amiguita de vuelta” - dijo para sus adentros. Y apago sus 8 velitas.