En silencio
Pareciera que fue ayer cuando la conocí. Hoy la veo despertar cada mañana y aún, después de 15 años, no me acostumbro a su belleza con el primer rayito de sol. Ella puede sentirme, ella puede hablarme y adorarme, es la mejor persona para amar y que me ame.
Fue hace 17 años, en aquella cafetería. Estaba en medio de esos días malos, en que el estrés golpea y no se ve la salida. Mil reportes por entregar en el trabajo y sólo deseaba un café.
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Oye!... oye tú!... disculpa... - ella nunca volteó.
Sentí un leve enrojecimiento de molestia, me había ignorado, esa empleada que atendía con una sonrisa a la mesa de alado, que pasó rozando mi hombro y era imposible que no notara que le hablaba. Mi primera vez probando lugar nuevo para mis desayunos matutinos y me sentía segura de no regresar, hasta que... pude lograr observarla bien, dispuesta a reclamar.
Su cabello castaño, sus ojos oscuros, su tez totalmente blanca y sus mejillas coloradas naturalmente por el esfuerzo de su trabajo y el cargar charolas, sus labios rojos y carnosos, casi le perdono que me haya dejado colgada. Pero, no podía quedarme de brazos cruzados.
Llamé a otra mesera, ésta se me acercó inmediatamente preparando un bloc de hojas blancas para tomar nota de mi pedido.
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Buen día, señorita. ¿Desea ordenar? - me ofrecía una sonrisa comprometida a lucir amable con el cliente.
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Un cappuccino, bien helado y cargado. - dije mientras volvía mi mirada a la pantalla de mi laptop que esperaba con un documento en word llenó de letras que parecían carecer de sentido en ese instante. - ah! y le encargo que no lleve canela.
La señorita tomó como nota mis peticiones y se retiró. Miré de nuevo a la chica y sentí un leve revoltijo en el estomago. Mi enojo no había cedido aún.
Después de 15 minutos llegó mi café tal y como lo pedí. Di el primer sorbo y consideré que era muy bueno. Miré a la chica que esperaba mi expresión. Sentía que sabía perfectamente que era la primera vez que iba por ahí.
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Está muy bien, te agradezco mucho.
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Si gusta algo más, hágamelo saber.
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De hecho sí hay algo. - miré de nuevo a la castaña y proseguí. - Quiero reportar a aquella chica de allá, - señalé. - antes que a ti, le llamé y me ignoró por completo.
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Lo siento mucho, si gusta reportarla es su decisión. Pero, ella es sorda.
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¿Cómo? - incrédula volví a mirarla, ella hablaba con otro cliente.
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Sí... sorda, no escucha... si sabe a lo que me refiero ¿no? - para colmo me trataba de estúpida, la mesera.
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Claro que lo sé... es sólo que... ¿cómo es posible que pueda hablar? - si algo tenía por seguro que las personas "sordo-mudas" sólo eran sordas y que la habilidad de hablar se perdía al no poder conocer como se pronunciaban o escuchaban las palabras.
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Eso sí que ni idea, pero si le habla de frente le aseguro que no pasará de nuevo.
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Gracias, eso es todo.
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Buen día.
¿Sorda?... era sorda... eso explicaba todo. Me sentí totalmente tonta con mi molestia. La volví a mirar y de pronto sentí cierta admiración. Debía buscar la manera de disculparme aunque ella no entendiera. Necesitaba en serio, disculparme.
Pasaron los días y seguí frecuentando el sitio, el cual, era grande y estaba lleno de gente, por lo que aquella castaña estaba siempre dispuesta a atender y lucía siempre una sonrisa realmente hermosa y visualmente sincera, tenía un toque de autenticidad en todos y cada uno de sus gestos.
Esperé algún tiempo antes de atreverme a hablarle. Hasta que sucedió… aquel mágico y maravilloso día… inolvidable.
¿He dicho ya, que la amo?... Bueno, continuaré.
Estaba en la misma mesa de siempre, trabajando sobre mis proyectos, dando sorbos a mi café y mirando esporádicamente a la persona que me había robado totalmente los pensamientos aún sin proponérselo. De pronto sucedió lo que llamamos “hacer ojo” o “echar la sal”, lo que comúnmente pasa cuando miras mucho a una persona de manera insistente hasta que… ¡paz!... Las múltiples opciones son: da al suelo, se da un golpe, se pellizca o rasguña. El punto es que se accidenta.
Mi corazón sintió un fuerte palpitar al ver su rostro asustado por esa sensación que da resbalarse y no sentir piso, sólo caída libre. Ella pasaba justo a mi lado en ese momento. Estiré mi brazo tanto como pude, siguiendo sentada y el peso de su cuerpo me jaló, obligándome a caer sobre de ella. Sentí un temblor en todo el cuerpo, no sé si provenía de mí o de ella (hasta la fecha no lo descubrimos).
- ¿Estás bien? – me incorporé casi de inmediato arrodillándome frente a ella.
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S… sí. – dijo sobándose la muñeca derecha.
- Te duele, ¿cierto?... ven, vamos a que te revise un doctor. Yo te llevo.
- No… puedo… mi trabajo, los pedidos, la gente…
Trató de incorporarse, pero al apoyarse en su mano, no pudo soportarlo. Seguí insistiendo, hasta que una de sus compañeras, tengo la impresión que fue la misma que me atendió la primera vez, se ofreció a terminar y entregar los pedidos que tenía pendientes. Aún dudosa, ella aceptó, totalmente natural al ser una extraña para ella, pero no sabía que había algo más que la hacía no negarse y era que a pesar de nunca haber cruzado palabra, ella sabía que la observaba, eso lo supe hace unos días.
Aquel día la vendaron, le dieron una receta con una lista de analgésicos para el dolor y pomadas para el daño muscular, por supuesto que yo lo pagué, a pesar de sus protestas. La llevé a su casa y al irse me agradeció con una mirada tierna y apenada, me dijo que el próximo café correría por su cuenta para compensar un poco los gastos.
Al cerrar la puerta de su casa, me quedé en el coche meditando unos minutos más. Ahora podía librar mi conciencia, había hecho una buena obra con ella y la primera impresión errónea que tuve, podía ser dejada en el pasado y que la incomodidad sentimental se hiciera a un lado, << ¡Por supuesto que sí, Alejandra! Eres una gran chica>>, me dije una y otra vez <>. No fue así.
Estaba volviéndome loca por verla sonreír de nuevo, cada ocasión en la que iba a la cafetería, me atendía de manera personal y comenzamos a entablar una relación de amistad. Terminaba toda la tarde ahí, hasta su hora de salida y nos íbamos a cenar.
- Tengo una duda que no sé cómo expresarla. – ella me miró extrañada.
- Sólo pregunta y no te preocupes. – me daba permiso de una manera directa.
- Me enteré que tú… no escuchas… - sonrió, cómo si esperara que se tratara de ello.
- Y ¿bien?... eso no me parece una pregunta.
- La pregunta es: ¿cómo es que puedes hablar?
- ¿Lo dices por aquel mito de que si no escuchas, no puedes repetirlo? – me sentí avergonzada y tonta a la vez, aunque ella lo hacía sonar de una manera natural. Asentí con la cabeza. – Bueno, verás, hay algo que tú tienes aquí… – dijo poniendo sus manos sobre mi garganta. – se llaman cuerdas vocales – ahora me daba una clase de biología, genial. – en ellas se producen vibraciones cada vez que reproduces un sonido.
- Sí, comprendo.
- Bueno… aprendí a hablar, tocar la guitarra, violín y piano, por esas vibraciones que casi nadie se ha tomado la molestia de notar que ocurren cada vez que dirán una palabra mal sonante, quejándose, riendo... – ella bromeaba suavemente, tenía toda la razón.
- Entonces, así lo lograste. – afirmé.
- Así me enseñaron y no me preguntes como lo hice, porque puedo apostar, que ni siquiera tú recuerdas el momento de tu primera palabra o de tus primeros pasos.
- A la orden jefa. – saludé como un teniente saluda a su general, con la mano en la frente. Ella sonrió... esa sonrisa me estaba matando. Ella, también, lo sabía.
Pasó un año desde entonces y fue un 7 de diciembre cuando ella se me declaró. ¿Lo esperaba? No, no lo esperaba.
Estábamos en un restaurant, una cena común entre amigas, había preguntas como "¿qué tal el trabajo?", "¿cómo has estado últimamente?", "¿cómo está tu familia?" y cosas triviales de ese estilo. Ella llevaba un vestido arriba de las rodillas que hacía lucir su bien proporcionada figura y yo un pantalón blanco con una blusa azul holgada. No podía dejar de admirarla, pero el enamoramiento que yo sentía, según mis ideas, no podía ser correspondido.
-
Te ves muy bien, Alejandra. - su cumplido me destanteó. Esperaba que complementara ello con "¿te hiciste algo en el cabello?", pero su comentario fue en seco.
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Gracias Kim... tú también te ves... bien. - "bien" quedaba corto.
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Tú, ¿lo crees?...
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Siempre es así. - yo no mentía.
Ella se quedó algunos segundos contemplando su platillo, yo no quise hablar, dado a que no sabía si estaba poniendo atención y sería en vano pronunciar palabra, me dediqué a pedir otra limonada para ambas y a dar un bocado al filete que aguardaba frente a mi.
-
¿Te puedo decir algo? - seguía mirando fija, ahora a otro lado, en algún lugar lejano.
-
Dime, Kim. - no sabía si se había dado cuenta que respondí, pero continuó.
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¿Me prometes que nada va a cambiar, ni te molestarás si te incomoda lo que diré? - dirigió su mirada hacia a mi, de una manera suplicante y podría decir algo desesperada.
-
Lo prometo, pero no me asustes.
-
No es sencillo, ¿sabes? jamás había dicho a alguien lo que te diré en seguida.
-
Relájate, todo estará bien.
Se tomó algunos minutos, en los que jugaba con sus dedos, agarraba aire y alzaba las manos esperando que ellas hablaran por sí misma, pero no fue así, lo soltó lentamente, literal.
-
Tú... a mi... me... gustas.
Sus palabras me helaron, no supe como reaccionar, me quedé callada, no sabía si estaba emocionada o asustada, di un sorbo rápido a mi limonada y el verla me paralizó. Antes de que pudiera pronunciar palabra ella se levantó de manera agresiva y como si fuese un robot, totalmente en posición de "firmes" como decían en la primaria.
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Perdona... lo siento mucho... Ale, perdóname... yo lo he arruinado ¿cierto?...
-
Ah... - traté de articular palabra, pero antes de que pudiera decir algo, ella casi se fue corriendo.
-
Perdóname. - salió de manera rápida del restaurant.
Me quedé en shock 3 segundos antes de que saliera corriendo tras ella y un camarero me detuviera.
-
Señorita, la cuenta. - dijo con su mano puesta en mi abdomen obstruyendo mi paso.
-
Sí, sí... tenga. - saqué un billete, no estoy segura de que valor, pero supongo que era grande porque no opuso más su brazo frente a mi.
Corriendo y un poco desesperada, miré por todos lados en la calle y a lo lejos su inconfundible silueta estaba parada en la acera. Trataba de detener un taxi, pero cómo es típico, cuando quieres uno urgentemente, jamás los hay disponibles. Gracias a Dios.
Estaba a 10 pasos de ella cuando vi que un auto se orillaba a una distancia relativamente corta, gritar su nombre no serviría de nada. Cuando abrió la puerta y estuvo a punto de abordar tomé su brazo, me miró con cierta sorpresa y yo... yo no estaba segura de cómo la mirada, pero mi objetivo era lo único claro que tenía. La jalé hacía a mi, así como ella me jaló involuntariamente el día que nos conocimos formalmente, y besé suavemente sus labios.
Ella al inicio, estaba confundida, pero cuando se dio cuenta de la situación, salió totalmente del auto y rodeo mi cuello con sus brazos, el beso fue corto, pero conciso. Y que bien besaba.
Cerré la puerta del taxi, cuyo chofer nos miraba con cierto morbo y le di las gracias. Tomé la mano de Kim y me la llevé caminando sin rumbo, sólo quería que estuviéramos solas, lejos del mundo.
Así fue como terminamos en el mirador de la ciudad. Hablamos de nuestros sentimientos, desde cuando nos sentíamos atraídas la una de la otra, cuando supimos de nuestras preferencias sexuales, cómo lidiábamos con ello. Un sinfín de cosas, nos amaneció ahí.
-
¿Sabes algo?...
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No... - dijo seca, pero con esa mirada tan preciosa, con los ojos brillantes.
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Lo que me encanta de estar contigo, es hablarte de frente.
-
Eso fue lo que me ha enamorado, mirarte a los ojos cada vez que me hablas.
Concluyó con un beso, ésta vez largo, suave y tierno.
Así pasó un año de relación como cualquier otra: con ternura, discusiones, paseos, felicidad, ni siquiera nosotras podíamos describir tanto amor. Pero sucedió. Después de ese año, las cosas estallaron para ambas en nuestras casas, con nuestra familia. Nos olvidamos de todo y aunque no fue fácil en el ámbito sentimental, el amor que nos teníamos y nos tenemos, nos ayudaron a salir adelante. Y cómo olvidar la primera noche que pasamos juntas, en el que ahora es nuestro hogar.
Los pensamientos y sentimientos que nos había dejado enfrentarnos a nuestras familias nos tenían destrozadas, nos fuimos a la cama y acostadas una frente a la otra, con lagrimas en los ojos nos acercamos tanto que su calor golpeaba fuerte en mi pecho.
-
Te amo. - por primera vez se esbozó esa frase en sus labios.
No di más respuesta que un beso que se hicieron dos, luego tres, hasta terminar en un beso sin fin. Entonces, el calor de su cuerpo había incrementado y el mío en el de ella, también. Suavemente retiró la sábana y se posó sobre mi, mis manos comenzaron a acariciar suavemente su cintura.
-
¿Puedo? - preguntó con sus manos en la base de mi playera.
-
Sí... - respondí un poco nerviosa.
Suavemente se deshizo de la prenda y luego, ella misma, se deshizo de la suya. Por primera vez podía ver sus costillas, su abdomen plano y sus medianos pechos asomándose tras su brasear. Se quedó quieta algunos minutos contemplando mi figura mientras con su dedo índice recorría desde en medio de mis senos hasta mi ombligo.
-
Eres muy hermosa.
Yo sólo callé. Sus besos se fueron apoderando de mi barbilla, luego de mi cuello. Comencé a sentirme diferente, con ganas de hacerme de ella y hacerla mía también. Mis manos fueron instintivamente bajo su pantalón y acaricié sus glúteos suavemente.
Total, luego de algunos minutos, podía verla desnuda y casi era imposible reaccionar. De pronto su mano comenzó a abrirse paso, desapareció entre mis piernas y... bueno, ustedes ya saben, ¿no? Nos amamos, como nadie se ha amado antes. Pasó lo que tenía que pasar.
-
Te amo - dije en el momento que ella recargaba su espalda en mi pecho. Agotadas totalmente.
Suavemente se incorporó, mirando nuestros pies bajo las sabanas, yo sólo contemplaba su columna vertebral. Sabía que había sentido lo que dije. Después de unos minutos, regresó a mi pecho y se quedó profundamente dormida.
Al día siguiente, así como hoy, la contemplé dormir. Se siente como si no pasara el tiempo.
Pasaron los años y vivimos cada uno de nuestros días como el primero. ¿Separarnos? Nunca...
15 años, apenas son el comienzo. No hay que perder la fe, cuando se ama no hay maquina, persona o poder alguno que pueda vencer. El amor es lo más fuerte que hay, el amor sincero, el amor verdadero es el final triunfador. No te rindas, todo estará bien